lunes, 2 de febrero de 2009

¿Miranda? Adelante.

El recibo de Fonasa lo doblé en más de dieciséis partes mientras hablaba con él. Era mi primera vez en el sicólogo. No voy a contar el problema que me llevó a acudir a uno, pero el hecho en sí fue extraño, aunque no extraño de raro, extraño sólo por ser la primera vez de hacerlo. De pronto me encontré sentada frente a un hombre viejo con cara de te escucho y en mi cabeza no había armado nada coherente para contar, por lo que mi primera frase fue una disculpa torpe por recién darme cuenta que estaba allí y que debía hablar. Detrás de él habían unas imágenes de vírgenes y santos, me produjo cierta desconfianza, al rato lo olvidé, cada segundo se hacía más borrosa para mi la habitación y aquel señor canoso.

Por qué estaba allí?

Porque por primera vez sentí que no me servía mi propio análisis de las cosas, ni de mis amigos, ni cercanos, ni de mi mamá y Dios siempre está ocupado. Vivo pensando, pienso mucho, sueño mucho y descanso poco, mi cabeza no pudo, sentí que lo que pasaba tenía razones escondidas que yo no veía, y quizás alguien que sabe más de cosas que esconde la memoria me podría ayudar. Me ayudó. No me arregló el problema obviamente, pero me hizo las preguntas exactas, porque respuestas tiene cualquiera, lo que siempre faltan son las preguntas correctas, y el miedo a contestarlas son las respuestas y las respuestas son las directrices.

En un momento me miró dulcemente como diciéndome "pobre pequeña", pero no por lo difícil de mi situación, siento que intuyó lo complicada que me hago mi vida sola, siento incluso que sintió que pienso más de la cuenta las cosas, vi en sus ojos que entendió que en verdad lo que me atormentaba no era el problema en sí. Después de media hora, ya había entendido lo que no logré concluir por mi misma y me alegré de saber que saldría de esa habitación con un norte. Me levante del asiento y se acercó, me dio un abrazo de verdad, como cuando tienes un profesor por vocación que te enseña porque quiere que aprendas, no para que apruebes el ramo, así sentí su abrazo, sincero y casi paternal, y ojo que no acepto abrazos de desconocidos. Me dijo unas palabras más y me abrió la puerta, salí con los ojos más nublados aún, pero veía más que cuando entré.

Uno no siempre puede solo, eso aprendí yo, en mi solo mundo.