viernes, 1 de junio de 2012

Sádido Sábaco

Llovían agujas en sus fiestas. Ellos lo sabían. Las esperaban. Venían siguiéndolos en la semana. Tras la lluvia, se lamían las gotas de sangre unos a otros en la penumbra. La saliva caía por todos lados en hilos acuosos y brillantes. Sus destellos hacían olvidar el dolor. Todo el dolor. Entonces, incómodos, uno a uno, se comenzaban a morder los labios y la lengua, hasta partirla. Luego ninguno podía ya hablar ni entender. Sin palabras ni muchos pensamientos, sólo con el dolor manifiesto, acercaban sus cuerpos. Los hombres mamaban a las mujeres; las mujeres mamaban a los hombres; los hombres mamaban a los hombres; las mujeres mamaban a las mujeres. Y mientras lo hacían, lloraban. Envueltos en sangre y saliva, ninguno - ni ellos mismos- lo notaban. Así eran sus fiestas.