viernes, 6 de mayo de 2011

Anagnorisis II


Ebria le escribo mejor, sonreí. Doblé el papel en dos, cartera y abrigo. Casi vomité al llegar al aeropuerto, pero la entereza de un buen poema y una buena razón me conservaban digna hasta en tacones. Tomé el avión más próximo y barato. Apenas llegué a Argentina, corrí a buscarlo antes que olvidara que hacía allí. Aún ebria, toqué el timbre sin ver la hora, que era pésima para tocar el timbre. Pero no importaba, total, soy su Ella, que me ame. Diez minutos y nada, así que empecé a cantar. Iba en la mitad de la primera estrofa cuando salió a echarme, desnudo y procurando que la que estaba adentro no me oyera. Me pregunté si alguien habrá podido matar a otra persona solo con silencio. Por si acaso, lo intenté, pero no murió. Sin noción alguna de estrategia más que la verdad misma, cumplí mi misión. Le entregué el poema manchado de vodka, lleno de versos que se cagaban de la risa de mí y caminé sin expresión hasta la pileta de la Plaza Central donde un piquero terminó en la 23° Comisaría. Nunca más conchetumare.


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