miércoles, 14 de diciembre de 2011

Útero Madre Tierra




A medianoche me llamó el mar. Tocó mis pies tibiamente y esperó. Sabía que había aprendido a fluir y que no tenía excusas. Me desvestí casi sin pensar y entré en ropa interior. El mar me cubrió hasta los hombros. Mire hacia el horizonte que no había; cielo y mar eran un solo negro infinito. Ni un astro, ni un barco; todo oscuro y acuoso. Es como estar en el útero: pensé. Entonces, antes de devolverme a la arena, procuré un bautizo... En nombre de toda la naturaleza vista; del desierto amarillo, las montañas fosforescentes, del mar celeste y los verdes vírgenes. En nombre de todo lo que durante el viaje me hizo sentir pequeña e inocente otra vez, me limpiaba de falsas grandezas... Ni el pensamiento más elevado es digno de creerse si no incluye la sabiduría del corazón. Viviré conforme a él y sin miedo a equivocarme, porque incluso si lo hago, aprenderé algo nuevo y entonces nada será en vano. Creeré en mis virtudes y no tendré orgullo. Solo así podré ser justa conmigo y con los demás. Armaré mi propio camino y le seré leal. Nadie podrá dañarme otra vez porque no esperaré nada y daré sinceramente lo que tenga para dar, ni más, ni menos. Querré ser cada día más liviana y profunda... por los que vendrán... Juré y nací hacia la orilla.

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