José Aros

Agarra el diario en sus manos con el ceño fruncido, hojea un poco y se acomoda para leer en voz alta, si uno le pone atención un par de minutos se da cuenta que está inventando noticias insólitas o molestando a alguien que se encuentra cerca, pero si no se le oye atentamente pasa desapercibida la broma porque su semblante sigue igual de serio y concentrado.

Ya pasó los sesenta años, pero juega, inventa y se asombra de la vida aun como un cabro chico que alguna vez fue en su querido Puerto Varas, en su infancia lluviosa y llena de paisajes encantadores. tiene mas historias que días vividos y están todas a flor de labio para quien quiera escucharlo, advierto que hay que tener tiempo, ninguna dura menos de una hora. habla pausado, dando el suspenso necesario que mantiene atento al que escucha hasta el final.

Hijo de padre alemán y madre mapuche, se crió sin embargo con sus abuelos que por pobreza lo vestían con túnicas hechas de saco de harina y le trenzaban la cabellera rubia hasta la cintura. en el pueblo creían que era niña, hasta que a los doce años cuando se dio cuenta se levantó las ropas y con toda su humanidad al aire corrió por la calle gritando que tenía pene, nadie lo volvió a dudar.

Amante y profundo conocedor de la naturaleza y de Dios, y a pesar de sus años es más abierto de mente que cualquiera de sus hijos, no se cierra a ninguna posibilidad, aunque sean dogmas,para él son pretexto para seguir investigando... se lo pasa leyendo, descubriendo e inventando artefactos, haciendo y reparando todo tipo de instrumentos de cuerda, desde pequeños charangos hasta violoncellos. busca la mecánica de todas las cosas, de la vida, de los ciclos y los encuentra, los practica y los enseña.

Una vez no durmió en varios días tallando a mano un tablero de Solitario, que luego de terminar se concentró en resolver y lograr la hazaña de dejar la última ficha al centro. encontró la forma y se la enseñó a sus nietos mayores quienes tuvieron la misión de enseñársela a los que siguieron. se le ve silbando canciones, caminando lento y recordando con envidiable memoria y visible emoción las primeras palabras mochas de cada uno de sus veintiún descendientes entre hijos, nietos y bisnietos. se sonríe tierno y pícaro.

Cada vez que lo veo siento que es el hombre que más admiro y amo en el mundo; mi abuelo.