domingo, 18 de abril de 2010

Ave Lucía

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Bajó Dios. Los trompetazos de la marcha nupcial unieron en silencio y al unísono las miradas de todos los invitados hacia las puertas de la iglesia. Lucía entraba sola, envuelta en un vaporoso vestido blanco invierno, combinando con el frío de junio y la lluvia de su rostro. Avanzaba por el pasillo frente a la atónita mirada de todos los presentes, más impactados que de costumbre. El velo de la novia estaba rasgado, su cabello en desorden contenido y los guantes evidentemente manchados. Sin embargo la rara paz de su rostro, ejercía un poder hipnótico. Los familiares más atentos notaron la ausencia del padre en el ritual. Algunos juraron haberlo visto afuera, hace no tanto, fumando como pidiendo cáncer. Dijo que la entregaría, pero no es tan extraño que finalmente no lo hiciera, pensaron. Ya en el altar, todo procedió como correspondía; sermón, votos y el beso. Tímidos aplausos. Mientras las primas lanzaban arroz cual bomba de humo, la madre y hermanas temblando de horror interrogaban a la novia
¡El día más feliz de mi vida debía ser completo!¡Y lo es! Explicaba entre sonrisas nerviosas a quienes comenzaban a llorar por el viejo inmóvil que no alcanzó a matar el cigarrillo. Subió Dios.

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