lunes, 4 de enero de 2010

Ironía de noche buena



Las arrugas me cuajan las mejillas.

Envejecí.

Crecer es distinto,

Lo noto. Sigo necesitando

de la misma manera;

Urgentemente,

desordenadamente.


Lo más concreto en este hogar

Es que estoy moribunda y mareada;

De no comer y sí beber,

De no dormir y sí morir.


Empezó así:


Huyendo sin destino conocido sonreía,

hasta que se clavó en las comisuras

La Verdad,

esa que uno conoce

incluso cuando cree mentiras.


Me lancé al agua

en un intento de escapar

al hecho de que volar

siempre se vuelve complejo

cuando intento aterrizar.


(Lo escribo en singular

Sólo para no importunarlo.

Debo dejar de darle paseos

sin su consentimiento)


Le conté a un extraño

todo lo importante

porque no le importaba,

la realidad prismática

me permitía declarar libre.


El resto lucía bonito,

viviendo y bien vivos,

dándome alcohol

que tuve que beber.

No había algodón

para curarlas por fuera.

Son tantas hoy.


Pasó la tarde.

Terminó sentada

al lado de la ventana.

La cara se deshizo

de pura soledad,

de la más pura.


¡Y era sólo el principio!

Aunque lo cierto es que,

cuando uno se pierde,

siempre lo es.


Escondida,

absolutamente ajena

a todo lo que

por antonomasia

supone ser mío.

Y ese es el punto,

que no es mío

nada más que esta tilde

que viene aquí.


Entraba la noche

sin luna,

pero llena

de no hay, no está y no hubo.

De improviso un sí.

¡Fui descubierta rompiendo

las tradiciones familiares!

Las esparcí por toda la habitación.

La paradoja era que

mientras me estrangulabas por ello

te burlabas de que yo

piense que son “familiares”.


Nos encontrábamos

tormentosamente de acuerdo

en entender que nosotras

jamás lo haremos.


Me tiraste un vaso de agua.

Sin agua.

Cuando notaste que prefiero la sed y el golpe,

ciega de orgullo, te diste todos los permisos.

¿Envenenarme a mí?

Veremos. Mátate sola.


Me arrojaste calendarios empapados

de tinta roja que acusaban mis faltas.

Más grave,

acusaron rencor.


No es que me haga,

¡es que estoy!

Siento real,

igual que tú.

Y se te nota.

No me vuelvas a besar.


Me cierras las puertas

suplicando que las abra.

No toco. Toca crecer

en el auténtico equilibrio

de lo que supongo ser.


Tan poquito hizo la sangre

que sólo alcanzó pa’ dividir.

Y es que si no tira, empuja.

sin importar la ocasión,

como justamente hoy,

ni el niño Dios nos salvó.


Me retiro.

Para que un grito exista se necesitan dos.

Medio sorda salté,

ingenua de todo por opción.

Como si fuera poco,

tuve que caminar por el paraíso

siendo una recién condenada.


Gracias a esta otra mujer

amistad connotó auxilio.

Tan parecidas tenemos

las cicatrices del tiempo preciosa.


Viajámos por horas errantes,

nos sobraban los porqués.

A pesar del placer de moverse,

el presente caótico seguía fijo.

Parpadeaba,

junto con la lucidez dolorosa

de la caña de azúcar.


Aturdida agradecí conocer

parajes nuevos que opacaban

sumisamente mi presencia.

Humilde los visité.


Si la crisis es bendición,

adjudico a esta mecánica

la pasantía,

aparentemente desafortunada,

por tierras ajenas,

a las que sin duda,

tendré que volver.


En una curva me encontré

con un bandejón.

La ciclovía estaba interrumpida

por un árbol Matusalén.

Siendo aparentemente nuevo para mí

me senté en la cuneta.

Le miré bien y recordé

que en mi calle

también hay una así...

Y me fui de allí por eso.

Empatía breve,

le regalé un poema y me fui.

También.


La naturaleza es

primitiva y superior

a todo lo que se construya.

Lo pensaba real

y así me terminé de asumir

como error en tu vida.


En un esfuerzo innecesario

de volver a viajar,

dormí botellas,

soñé vidrios.

No los repudio,

pero por algo se rompen.


Buscando calma llegué a él.

¿Qué tiene que voy?

El polvo se adhiere

una y otra vez,

pero el rubí siempre,

siempre está rojo.


Eramos dos huérfanos.

Tiernamente me regalaba

las fuerza que tampoco tiene

para resistir la condenada locura.

Mentía esperanzas para mí,

yo le agradecía con compañía.


Nos fuimos del planeta

Y llegamos a Madrugadas.

Tan nuestro lugar.

La felicidad es con él,

Pero sólo en su compañía,

Escurridiza, única.


Embobada de alegría

que nada tenía que ver

con vivir,

saturada de sucesos,

sombras y giros,

volví al cuarto día.


Corroboré que

lo más concreto en este hogar

es que estoy moribunda y mareada.

1 comentario:

Rodrigo dijo...

Te creí la mitad
tal vez porque la otra la sentía a balazos