Las arrugas me cuajan las mejillas.
Envejecí.
Crecer es distinto,
Lo noto. Sigo necesitando
de la misma manera;
Urgentemente,
desordenadamente.
Lo más concreto en este hogar
Es que estoy moribunda y mareada;
De no comer y sí beber,
De no dormir y sí morir.
Empezó así:
Huyendo sin destino conocido sonreía,
hasta que se clavó en las comisuras
esa que uno conoce
incluso cuando cree mentiras.
Me lancé al agua
en un intento de escapar
al hecho de que volar
siempre se vuelve complejo
cuando intento aterrizar.
(Lo escribo en singular
Sólo para no importunarlo.
Debo dejar de darle paseos
sin su consentimiento)
Le conté a un extraño
todo lo importante
porque no le importaba,
la realidad prismática
me permitía declarar libre.
El resto lucía bonito,
viviendo y bien vivos,
dándome alcohol
que tuve que beber.
No había algodón
para curarlas por fuera.
Son tantas hoy.
Pasó la tarde.
Terminó sentada
al lado de la ventana.
La cara se deshizo
de pura soledad,
de la más pura.
¡Y era sólo el principio!
Aunque lo cierto es que,
cuando uno se pierde,
siempre lo es.
Escondida,
absolutamente ajena
a todo lo que
por antonomasia
supone ser mío.
Y ese es el punto,
que no es mío
nada más que esta tilde
que viene aquí.
Entraba la noche
sin luna,
pero llena
de no hay, no está y no hubo.
De improviso un sí.
¡Fui descubierta rompiendo
las tradiciones familiares!
Las esparcí por toda la habitación.
La paradoja era que
mientras me estrangulabas por ello
te burlabas de que yo
piense que son “familiares”.
Nos encontrábamos
tormentosamente de acuerdo
en entender que nosotras
jamás lo haremos.
Me tiraste un vaso de agua.
Sin agua.
Cuando notaste que prefiero la sed y el golpe,
ciega de orgullo, te diste todos los permisos.
¿Envenenarme a mí?
Veremos. Mátate sola.
Me arrojaste calendarios empapados
de tinta roja que acusaban mis faltas.
Más grave,
acusaron rencor.
No es que me haga,
¡es que estoy!
Siento real,
igual que tú.
Y se te nota.
No me vuelvas a besar.
Me cierras las puertas
suplicando que las abra.
No toco. Toca crecer
en el auténtico equilibrio
de lo que supongo ser.
Tan poquito hizo la sangre
que sólo alcanzó pa’ dividir.
Y es que si no tira, empuja.
sin importar la ocasión,
como justamente hoy,
ni el niño Dios nos salvó.
Me retiro.
Para que un grito exista se necesitan dos.
Medio sorda salté,
ingenua de todo por opción.
Como si fuera poco,
tuve que caminar por el paraíso
siendo una recién condenada.
Gracias a esta otra mujer
amistad connotó auxilio.
Tan parecidas tenemos
las cicatrices del tiempo preciosa.
Viajámos por horas errantes,
nos sobraban los porqués.
A pesar del placer de moverse,
el presente caótico seguía fijo.
Parpadeaba,
junto con la lucidez dolorosa
de la caña de azúcar.
Aturdida agradecí conocer
parajes nuevos que opacaban
sumisamente mi presencia.
Humilde los visité.
Si la crisis es bendición,
adjudico a esta mecánica
la pasantía,
aparentemente desafortunada,
por tierras ajenas,
a las que sin duda,
tendré que volver.
En una curva me encontré
con un bandejón.
La ciclovía estaba interrumpida
por un árbol Matusalén.
Siendo aparentemente nuevo para mí
me senté en la cuneta.
Le miré bien y recordé
que en mi calle
también hay una así...
Y me fui de allí por eso.
Empatía breve,
le regalé un poema y me fui.
También.
La naturaleza es
primitiva y superior
a todo lo que se construya.
Lo pensaba real
y así me terminé de asumir
como error en tu vida.
En un esfuerzo innecesario
de volver a viajar,
dormí botellas,
soñé vidrios.
No los repudio,
pero por algo se rompen.
Buscando calma llegué a él.
¿Qué tiene que voy?
El polvo se adhiere
una y otra vez,
pero el rubí siempre,
siempre está rojo.
Eramos dos huérfanos.
Tiernamente me regalaba
las fuerza que tampoco tiene
para resistir la condenada locura.
Mentía esperanzas para mí,
yo le agradecía con compañía.
Nos fuimos del planeta
Y llegamos a Madrugadas.
Tan nuestro lugar.
La felicidad es con él,
Pero sólo en su compañía,
Escurridiza, única.
Embobada de alegría
que nada tenía que ver
con vivir,
saturada de sucesos,
sombras y giros,
volví al cuarto día.
Corroboré que
lo más concreto en este hogar
es que estoy moribunda y mareada.
1 comentario:
Te creí la mitad
tal vez porque la otra la sentía a balazos
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