domingo, 20 de junio de 2010

Privado en público

Me coloqué el sombrero tapando mis ojos. Me guardé las joyas en el bolsillo. Cubrí mi cuerpo con el manto más opaco y caminé por la calle principal. Todo mundo iba en la misma dirección rumbo a la feria del pueblo. Al entrar, me di cuenta que quizás el cuidado era innecesario. Había tanta gente que era imposible reconocer bien a cualquiera; comunes y extraños sin excepción, abrumados por el calor. Todos estaban exquisitamente vivos e inquietos. El contacto de los cuerpos al avanzar en distintos sentidos parecía molestarlos, como un trámite ordinario y sin importancia. Seguramente nadie más estaba allí para sentirse parte. Yo disfrutaba cada hombro que me tocaba, respiración que olía y conversación que no me hablaba. Mis mejillas y pecho estaban tibios, felices. Nadie estaba pendiente de mí ni guardaba absurda distancia. Sólo lamentaba no poder levantar la vista y mirarlos a los ojos. Me los imaginaba por sus voces y temperaturas, zapatos y ritmos. De pronto, alguien levantó mi sombrero sin permiso, pero con cuidado, deteniendo mis cálidas fantasías. Me miró a los ojos y dijo ¿Señorita Le Blanc? ¿Qué hace usted en un lugar como éste? Si le digo la verdad, no me creería señor oficial, respondí y avancé bajando mi sombrero.

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