miércoles, 10 de febrero de 2010

No debí piensa tarde o El basurero.

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- Oye... Oye.
- ¿Ah?
- Esa no es la bip, es tu carné.
- ¿Ah? Oh, de veras.

Lo guardó en el bolsillo. Luego de pasar el plástico correcto por la maquinita y con la sonrisa más tarada avanza por el pasillo de la 401 concentrado en no cometer otra torpeza, que excepcionamente hoy no se debe únicamente al pito matutino. Pasa hasta el final de la micro. Ahí se instala, al lado de la ventana que le muestra la Alameda de siempre; siluetas yendo y viniendo, subiendo y bajando, apurados y serios, y lo mejor de todo, es que eran perfectamente desconocidos para él. Dentro de la micro los que no duermen lo están mirando. Arturo no es nada fuera de lo común y lo sabe, entonces no entiende. El incidente de la bip no se pudo haber escuchado en toda la micro. ¿O quizás sí? Quizás el chofer le gritó: ¡Esa no es la bip imbécil, es tu carné! ¿O será que se encontraban todos los pasajeros en un silencio sepulcral de tal modo que cualquier diálogo se volvía audible fácilmente? No, no. La micro suena mucho con sus motores y latas patiparreando, no pudo ser. ¿Será tal vez que se corrieron la voz de uno en uno desde el chofer hasta esa señora morena que no le quita media pestaña chuza de encima? Arturo siente una ola de calor por su cuerpo que lo sonroja y marea levemente, bañándole la frente y el pecho en un sudor nervioso que se enfría pronto. No, ya, estoy volao, es eso, tranqui. Y eso ya lo habías concluido Antonio, lo mejor de todo es que todos son perfectamente desconocidos para ti. No pasa nada ¿Porque no pasa nada verdad? ¿Tendré los ojos muy chicos? ¿Muy rojos? ¿Muy idos? ¿Se me habrán caído? Qué chistoso sería. Contiene la risa boba que le viene mientras se da vuelta por completo mirando a la ventana, para que nadie le vea los ojos idos que quizás se le cayeron. Afuera La Moneda sigue estando después de Los Héroes y antes que Universidad de Chile. Eso lo reconforta. De pronto y como si hubiera recibido una orden urgente por telepatía desde el más allá, se saca la mochila rápidamente de la espalda como si estuviera viva y la coloca entre sus tobillos. Mal movimiento. De nuevo todos le miran, o eso cree él, que para su pesar es suficiente. En un intento por remediar la acción, toma la mochila desde arriba, la mueve como para no sé qué y la vuelve a colocar en el suelo, pero esta vez lentamente. Peor. Un olor extraño pasó como brisa. Pero bueno, ya lo hizo. Se queda mirando el cierre negro que apenas contrastaba en su mochila ploma, y antes de darse cuenta que era una muy mala idea, una serie de imágenes difusas comienzan a salir por entremedio de los dientecitos del cierre que se alargaban como tenedores. Los hologramas fantasmales se elevan, toman consistencia frente a sus ojos y le impactan en la cara, inundándolo de aquella espeluznante sensación que desde ayer conoce. El desayuno le quiere abandonar el cuerpo y lo anuncia con un reflujo sabor a huevo. No debí haber tomado desayuno, piensa tarde. El corazón se le detiene ¿Me morí? No, ahí está, aturdido. Le late en arritmia, pum... pupum... pumPUM...PUM... Mientras un batallón de hormigas africanas le nacen en la espina dorsal, le rompen la piel y lo invaden desordenadamente. Vuelve a sentir la ola de calor, marejadas de agua hervida en su pecho le queman cada poro, pero no son más dolorosas que los hologramas que le abofetean la cara, hiriéndole el espíritu. Cierra los ojos, como intentando esconderse. Completamente inútil si todo está dentro. Quizás sólo es el acto reflejo de recibir una golpiza merecida. La micro frena de golpe y Arturo intenta agarrarse a algo, pero no lo logra. Las hormigas lo tienen agarrotado. Cae indefectiblemente al pasillo. Esta vez sí que todos lo miran, pero ahora hay asuntos más urgentes de qué preocuparse. Suele recordarlo tarde. Agradece para si al vehículo o transeúnte imprudente que provocara su porrazo. Antonio se encontraba más hondo que el suelo de la micro y la caída vino a recogerlo del submundo. De a poco juntó las extremidades en su centro y se levantó. No tenía caso preoucuparse por los demás pasajeros ya, los demonios realmente peligrosos habitaban en su cabeza. Para no dejarse en evidencia frente a los católicos, intentó moverse lo más dominicalmente posible. No debí haberme volao' hoy día, pensó tarde. ¡Cresta, la mochila! Miró rápidamente a donde la había dejado. Aún estaba allí, desparramada, pero allí. La puso de nuevo entre sus tobillos y levantando sus brazos por sobre sus hombros se agarró fuerte al pasamanos más alto, pero antes de eso sacudió sus rodillas, tosió, miró hacia los lados y gesticuló algo parecido a una sonrisa. Cuando se tomó bien del pasamano miró hacia afuera. Quedan un par de cuadras para llegar al instituto. Ya Arturo, vivito, te bajay de ésta a la otra. En un rato más se acaba, un basurero y era. No hay nada más que hacer, porque ya está hecho, así que recoge la mochila, póntela sin mirarla, toca el timbre, a ese lo miras sí poh, y esperas. Se bajó después de hacer todo eso. La calle se le hacía cuesta arriba, o las distancias más largas o los pulmones más chicos o el mundo más grande, pero algo pasaba. Se demoro poco en recordar que el caos iba por dentro, en esos gramos que pesa el alma, hoy dilátandose como agua en el calor, ocupándole kilogramos; cinco, quince, treinta, cuarenta y cinco, sesenta y uno. La visión se le teñía con destellos rojos, de apoco más nítidos, son imágenes, tal como en la micro, el haz rojo se vuelve líquido, en hilos, se ensanchan, oscurecen, son ríos color carmín, verticales, ascienden del suelo a la cama, de la orilla a los pies de Sandra, suben por sus tobillos, rodillas, muslos, y entre ellos los ríos se vuelven un lago granate oscuro casi negro cobijando trozos de carne rosa que aún no terminaban de salir de esa vagina que él conocía y quería tanto. Se asomaba el último piecito que faltaba por ser víctima de los dientes del tenedor que sostenía Arturo. Eso de que los hijos se llevan a cuestas se le presentaba siniestro. Al suyo lo sacó de su mochila y lo echó allí, en uno de todos los basureros que podía hacerlo. Lo mejor, es que todos son perfectamente desconocidos para mí, estos basureros en forma de huevo que les dicen ¿cómo es que le dicen? Ah, sí... Arturitos.


3 comentarios:

Zorrooo dijo...

Wow!!
Una radiografía. En la mañana confundí mi BIP con mi carnet, sin embargo, no entré a ese estado de caos.
Muy buen trabajo Noe. Cuatro Elefantitos.

Jozelo Chajtur dijo...

A mi me pasa en el metro, piensas que estas afirmado de lo mejor en el pasamano hasta que das cuentas de lo ridiculo que te ves en estado, debil, tosco, casi como enfermo mental... parece que hay que parar 5 minutos antes de subirse al transporte, o fumarte el pucho pa subir...

Zorrooo dijo...

WTF!!
Este cuento es la tragicomedia misma. Menos mal que lo volví a leer, habían cosas a las que no le tomé el peso.
Pobre Arturito, terminó siendo el inició del viaje al vertedero.