miércoles, 5 de mayo de 2010

Y los últimos serán los primeros.

Por detrás de sus rodillas se le acercaba un perro. “Sale hueón, sale” le decía y daba pisotones al suelo. Intentaba por tercera vez comunicarse con ella, se demoraba, no así la noche. Frustrada se devolvió a su casa. Hasta la reja la siguió el negro animal que desistió de acompañarla tras un aspaviento irritado que poco tenía que ver con él. Con un animal me basta, pensaba. Entró repasando que todo estuviera en orden; casa, mesa, loza. Una hora y cuarto más tarde llegó la mujer excusándose del celular en silencio y antes de contar cualquier cosa sobre su viaje reparó: No regaste, y hay caca en la entrada ¡Ni que tuviéramos perro!.. Qué extraño, no la vi, respondió la acusada. Para la mujer era simple, la niña era torpe, y no demoró en hacérselo saber, con un tono violento y palabras punzantes, como siempre. Pero esta vez la niña no soportó los ladridos y tras un grito inhumano cerró la puerta tras de sí. Corrió por las calles, con el cuerpo asustado y sordo a los aullidos de la cuadra. Cuando se cansó, se sentó en la cuneta, aturdida, pero sin tristeza. Era domingo y sólo los animales aún vivían. Una conocida silueta se le acercó. Venga, venga, lo llamaba, pero el animal ésta vez no la quiso acompañar. Mostrándole los dientes la hizo llorar. Altivo pasó por delante de las rodillas de ella y se fue.

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