miércoles, 17 de noviembre de 2010

El derretimiento de los polos


María Antonieta ya no firma.
Soy María Antonieta.
Cuando hablo de mí, es por ti.
Por ti, para ti, desde ti, hacia ti.
No quiero saber nada más de sin ti,
aunque, después de escribirlo lo borre
como una Media Verónica.
Lo escribiré diez veces más en la pizarra.
Debo crecer aunque me quieras niña perpetua.
Debo aprender para no quemarnos con el hielo de mi lengua.
Tan veleidosos con un amor constante y sin revés,
me parece todo un triunfo, desde ya.
Aunque se me vuela el alma a cada dos meses,
debes saber que trago saliva
y sabe a café el azúcar
cuando el agua hierve sin sonrisas por lo que dijiste.
Si escondo tu recuerdo en el entretecho antes de salir,
no hay sentido en mi caminar,
llegar es ganas de marchar
y no me encuentro en ningún semáforo.

Es que ya no soy yo,
porque yo es singular.
Si eres azul soy amarillo.
Si eres naranjo, somos el sol.
Y cuando negro, yo blanca.
Y cuando negra, tú blanco.
Podría plasmarnos en un cuadro y dejarnos ahí hasta la otra vida.
Mi joven corazón, aunque ingenuo una y otra vez,
ya no sueña al que viene después.
Detrás de ti hay un parque silencioso de cemento.
Creo entender al fin de qué se trata.
Un ave no se enamora de un pez,
concluyo luego de años de mojarme las alas.
Amor es encontrar otra ave con quien volar en otro cielo.
Amo tu vuelo como los míos.
Te asienta tan bien la libertad.
Sé tú antes que conmigo.
No necesito aclarar que
te quiero de la manera más pura.
Destilé la ambición y el capricho.
Tu voz amándome es suficiente
para caer inmóvil a un vacío
que está lleno de ti.
Eres la paz más rara.
Una tormenta perpetua e incesante
que todo revuelve, pero nada rompe,
transforma y transforma.
Esa era la manera de atarme
que nadie podría haber advertido
porque no es una cuerda de feria,
es un lazo invisible amarrado de antes,
que dispuso Mercurio
en un engranaje tan sutil como nuestros mundos
en que todo se derrite si el otro sonríe.

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