lunes, 19 de julio de 2010

Como una maldita cabra


Desde la calle silbé a tu pieza con las manos atrás; un cuchillo en la izquierda y un regalo en la derecha. Yo quería darte el regalo e irme. Te lo juro. Insististe en que pasara. Acepté con la excusa de robarte cigarros. Me senté en tu cama y encendí uno. Abriste el regalo. Sonreíste, yo no. Te sentaste a mi lado y abrazaste mis brazos cerrados. Cuando intentaste besarme, te acuchillé, una y otra vez. Recibiste en silencio cada estocada. Tus ojos me pedían que me detuviera, pero es que si no te duele, no entiendes que a mí más. ¡Dime algo coherente! te supliqué ¡Déjame mirarte! suplicabas tú. Comenzaste a besarme la cara, me abrazaste fuerte y buscaste mis manos. Sin poder moverme entrelazaste nuestros dedos dejando caer el cuchillo, una vez más, como siempre. Te me enrollaste cual serpiente, me sobrevolaste como el cóndor de Neruda y me acorralaste contra la pared. Sin opción, nos violamos mientras nuestras almas hacían el amor hasta que pediste tregua, por cordura. Lamí una a una las heridas que te hice. Me fui de tu casa con una promesa en la mano izquierda y una canción en la derecha. Horas después llamaste alegando nostalgia. Entonces sonreí. Y es que si no puedo matarte, haré que no puedas vivir sin mí.

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