jueves, 15 de julio de 2010

Turno de noche sale caro


Era otra noche afuera del San Juan de Dios. Terminaba de leer el diario cuando se subió en el asiento trasero una mujer con gorro de enfermera que se apuró en cerrar la puerta. Mientras encendía el motor, vi de reojo a una señora caminando hacia el taxi gritando ¡Gladys! ¡Devuélvete, no seay hueona! La pasajera me pidió que nos fuéramos y eso hice. La miré por el espejo retrovisor, algo buscaba en su cartera con una mano y con la otra se limpiaba las lágrimas.

- Mi dama ¿está bien?.. ¿Dónde la llevo?
- A San Pablo con la Estrella, rápido por favor… ¿Puedo fumar aquí?
- No mi dama, está prohibido por ley.
- Mierda, es cierto.
- Disculpe que me meta, pero… La señora ¿la estaba llamando a usted?
- Sí… Tenía que hacer turno, pero… no podía quedarme.
- Creo que son remal pagaos los turnos de noche en el San Juan ¿o no?
- Ni tan mal pagao’… Peor le paga la gente a uno.
- Claro. Es que es sacrificao’ igual, por la familia sobre todo.
- Por la familia… ¡Por la conchesumare! – dijo explotando en un llanto mudo y suspirón que le duró todo el camino.

Al bajarse del taxi, se acercó a la ventana del chofer y le pasó veinte mil pesos pidiéndole que la esperara y que viera lo que viera no hiciera nada. Caminó por delante del vehículo, con el uniforme colgando del brazo y el gorro puesto aún. Encendió un cigarrillo que tiró cinco casas más allá cuando tocó con fuerza el latón de una puerta que se escuchó en toda la cuadra. Desde dentro del taller mecánico salió Raúl. Gladys al verlo lanzó un chillido y se abalanzó a golpearlo, pero la torpeza de la rabia hizo que apoyará mal el tacón blanco de su pie derecho, terminando con sus rodillas y puños golpeándose contra el suelo. El hombre intentó ayudarla a ponerse de pie, pero ella lo alejaba a manotazos y gritos. Sentada tal cual donde cayó, tomó un puñado de tierra y se lo tiró a su marido en la cara. El mecánico de un metro ochenta y cinco de estatura cegado de indignación le devolvió el insulto con un puñetazo en la mitad de la cara.

- ¡Hueón de mierda! ¡Me pegaste! ¡Te day el lujo de cagarme y ahora me pegay!
- ¡Vo’ me cambiaste por ese hospital culiao’!

El hombre le gritaba cada vez más fuerte, pero yo había recibido dinero de la enfermera para no entrometerme. Estaba a punto de romper el acuerdo cuando la veo caminar devuelta al auto, sosteniendo el delantal manchado de sangre contra su nariz. Me hace gestos de que no me acerque, que me mantenga detrás del volante. Entra al auto y le paso el periódico.

- No tengo otra cosa pa’ que se limpie mi dama, discúlpeme ¿La llevo al hospital? ¿A carabineros? Mire cómo quedó, no, al hospital primero, pero no al San Juan, vamos al que está aquí en....
- No, no. Lléveme al San Juan de Dios… Lléveme de vuelta a ese hospital culiao’.



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