sábado, 10 de julio de 2010

Rojez


Me mira con sus dos cañones, cargados de pólvora, custodiados por halcones, peligrosos como el odio. Sin dejar de apuntar mis pupilas, me acerca su horizonte donde guarda todo el cielo y el mar, lo abre y me zambullo. Durante siglos de segundos volamos por el agua y nadamos por el aire hasta que exhaustos de profundidades retornamos a la orilla de ser dos. Me huele con su pirámide, rastrea vida entre mis dunas tibias y silenciosas, hasta que provoca un suspiro que se cae de ansioso sobre la arena. Entonces me orbita entera con su galaxia de diez soles, evaporando los oasis, deforestando los bosques y floreciendo los desiertos. Me amordaza con poemas para que no grite de espanto cuando note que avanzamos al precipicio de los versos, allí donde es locura o es muerte. Ve que no intento gritar sino sonreír, y en vez de eso lloro. Hemos llegado a la sangre de las venas, a la luz de alerta, al alto en el camino, a la pasión del amor. Tus halcones recogen cañones, horizonte, pirámide y galaxia y sin avisarme vuelan hacia tiempos más seguros. Sucede que cuando anochece, los cielos naranjos de ayer oscurecen al rojo de hoy. No hay adonde ir si el gris ya no es opción. Querido, nuestro país se llama Intenso, viviremos y moriremos en él.

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