domingo, 14 de marzo de 2010

Delirium tremens



Capítulo I

Las puertas del alma están enfermas, inflamadas, obstaculizan la entrada, cualquiera puede notarlo hoy. Hasta ayer no lo notaba ni ella, digamos, tanto. Y si miramos hacia adentro, ahí la tenemos; la cubre un manto pesado color soberbia y una corona enchapada en oro y latón oxidado. Está parada sobre unos tacones rojos altos y la cartera vacía. Ningún documento ni amuleto. Nunca un reloj en esas manos que no terminan nunca, son infinitas. Los bolsillos abastecidos de sogas, yerbas, psicotrópicos y por sobre todo brebajes que se administraba frente a cada posibilidad. Así luce, insanamente atractiva, como la cocaína, con esa expresión tranquila de ángel inmortal, la liviandad de viejo alzheimerico y la desfachatez de un ladrón invisible. Se ríe sin razón, teniendo tantos motivos para hacerlo con razón. Hablando de nada, teniendo tanto que decir. Ella entera era una maliciosa astucia disfrazada de estupidez, eso que algunos llaman locura.

Capítulo II

Lo siento, el deseo fue más poderoso, le dijo seguramente él, si se toparon en el infierno. Después de haberla invitado a beber esa noche y ya ambos en su casa, se percató que lo único que tenía para ofrecerle era ácido. Por no llegar con las copas vacías de vuelta de la cocina, se lo sirvió igual. Él se había vuelto inmune al veneno y el deseo de verla brindar y sonreír a su lado eran enormes. Tanto tiempo esperando ese momento, no podía dejarlo pasar. Ella siempre rechazaba sus invitaciones, pero esa noche estaba especialmente ida, lo que la hizo incapaz de advertir la trampa, que diremos de paso, jamás se imaginó de parte de él. Sucedió que la cita fue mortal para ambos. Cuando ella se dio cuenta del engaño, entre tos, sangre y temblores, lo mató de un solo escupo.

Capítulo III

¿Por qué me miras así, sin ganas de hacerlo? ¿Sueno muy deshumana o muy equivocada? ¿Por qué te estás imaginando en mi funeral? ¿Por qué no me reprendes como siempre? ¿Crees acaso que ya no podré salvarme? ¿Será que te agotaste de repetir lo mismo? ¿Ya no te parecen graciosos mis suicidios? ¿Tan cierto se volvió eso de que ya nada te sorprende de mí por creerme capaz de todo? ¿O entendiste que me duele más el silencio?

Capítulo IV

Se fumaba un pito mientras hablaba de su ebria vida. Cuando terminó, encendió un cigarro que le duró toda la tarde. En la noche sin poder conciliar el sueño, se dopó en pastillas para dormir. Soñó que se moría.

Capítulo V

- Oye.. ¿Tú no deberías estar pensando?
- ¿Y qué quieres que piense? Ya está hecho.
- Para atrás, obvio.
- Claro..
- ¿Y mañana?
- Mañana la misma mierda.
- ¿Hasta cuándo me ignoras con respuestas fáciles?
- Ya y ¿qué se supone que debo hacer?
- Lo que deberías hacer, y no hablo de quitarte la libertad de la que tanto hablas... Hablo de ti contigo, conmigo... Estás enferma por dónde se te mire...
- Pues no me mires, es sencillo, yo ya no lo hago.
- ¿Y te va bien?
- No mal... Bueno, ahora sí me fue mal.
- Es más que eso, es aviso, de esos importantes... ¡Me estoy inundando en aberración! ¿No deberías estar llorando?
- No te lo tomes a mal, ésta vez no es soberbia, pero creo que ocurre por un exceso anterior de ella...eee... ¿Digamos que se me olvidó cómo se sentía la culpa y su pena?...
- ¿Permítete intentar llorar para creer que aún tienes alma? ¿Para creer que no me morí?
- ... Eres insoportable a veces, ¿lo sabías verdad?... Ahí voy.

Capítulo VI

Apenas se quita la amarra de la boca, lo primero que hace es gritar. Grita fuerte. No sabe claramente dónde está, pero le es conocido el viento hostil y peligroso, no será grato venir a rescatarla. Piensa en que podrá, de alguna forma huir sola, lo ha hecho antes. Después de darse cuenta que no ha parado de gritar, considera pedir auxilio. Se escucha a sí misma parafrasear lo que debería decir. Suena horrible. Pero el lugar lo es más. Si se queda puede morir de mil maneras, de todas maneras. Confía en que alguien quiera creerle esta vez que no volverá a tomarse de rehén y decide gritar nombres. Antes de eso, dijo algo que no salía de su boca hace años y que sólo vino a demostrar que ésta vez sí que se perdió:

- ¿Dios? ¿Existes aún?


Capítulo VII

Se encontró a un amigo botado en la calle. Venía dentro de una cajita que decía "Amigo", así que no le cupo ninguna duda y se lo llevó consigo. Efectivamente él lo era. Le costaba comprenderla, pero la llegó a querer mucho en poco tiempo. La valoraba porque la encontraba distinta a las demás personas y se encargaba de recordarle quién era cuando ella se ahogaba en sus culpas que eran muchas. Estaba siempre disponible para ella con una palabra esperanzadora y cuando todo iba bien, la hacía reír como nadie más podía. Descubrieron que aunque se encontraron por azar, eran similares en lo esencial y en lo distinto se apoyaban. Ella llegó a la casa de él un día, se metió dentro de una cajita que decía "Amiga", tocó el timbre y ahí está.

Capítulo VIII

Una vez más. Miraba sus dedos cubiertos de barro y a cinco centímetros después, el acantilado. La diferencia es que ésta vez no siente deseos de saltar. De hecho no se dio cuenta cómo llegó allí. La mitad avanzó ciega y la otra mitad no la recuerda, iba demasiado entretenida. Ésta vez no quiere saltar, aunque seguramente si alguien la ve allí, creerá que se lo andaba buscando hace rato. Todos la vieron caminar ciega y entretenida. El barro de sus dedos le recuerda aquella historia del génesis, de la creación del hombre. ¿La habrán escrito así para estos momentos? piensa. Es difícil, pero si alguien pudo, ella también debería. Devolverse no es tan fácil como llegar y dar la vuelta. Entre el barro crecieron rápidas raíces adhiriéndola firme a ese suelo. Más complicado que eso es que surja la voluntad, estando tan débil, necesitando ser tan fuerte.


Capítulo IX

Debía. Corría el riesgo de perder lo más preciado que tenía; él. En su mente hizo un bosquejo de su carácter, sus sentimientos y sus maneras. A ellos los unían muchas cosas, pero por sobre todo, la similitud de sus atormentadas almas. Sintió qué era posible el entendimiento. Pero también podía enojarse con ella y no querer escuchar razones. Si lo perdía, tal como a ella misma, quizás se lo merecía y cómo se sentía tan despreciable, lo entendería bien. Era el momento perfecto para perder si tocaba hacerlo. Temerosa como una niña le contó lo que la atormentaba, sincerándose entre sollozos y balbuceos. Él como buen niño, entendiendo que la conoció imperfecta y frágil, la trató con inesperada dulzura y le ofreció su cálida ayuda para que no se vuelva a equivocar. Mientras ella lloraba, él la llenaba de caricias y pequeños besos. Cantaron una canción juntos, luego la mandó a jugar con el caballo de crin multicolor. Antes de dormirse, él le volvió a repetir que la ayudará, argumentó que ella lo ha ayudado mucho otras veces. Lo más importante; él le dijo que tenía fe en ella. Nunca antes como esa noche le dijo tantas veces que la quería. Ella confirmó por centésima vez que al menos ésta vez no se equivoca; ese niño es su mejor compañero, además de su persona favorita.

Capítulo X

Al sufrimiento y al desamor le he ganado tantas veces, pero yo, por lejos, soy mi peor enemigo. Empecemos; hay que recuperar el orgullo y el respeto. Soy bastante, no lo necesito, aunque todo acto pasado diga demasiado lo contrario. Es hora de decisiones drásticas por exceso de trampa, pero por sobre todo por probada debilidad. Hay mucho que ganar o hay mucho que perder. Esta vez sí. Ya basta.




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